Conocemos el prestigio de esta pastelería a la que afluye clientela de otros muchos barrios de la ciudad en busca de sus “dulces” habituales y también de aquellos que degustamos en fechas señaladas. Pastelitos de coco, buñuelos, torrijas, gachas, perrunas. Y muchos roscones de reyes. Antonio nos enseña que las modernas técnicas permiten hoy producir pasteles de imposible elaboración cuando su padre abrió el obrador.
Hablamos del pasado y de las cosas buenas y malas del barrio. Recuerda cuando San Agustín era una zona muy comercial y las casas de vecinos bullían de habitantes. Y los que hubieron de emigrar, que a su regreso nos parecían ricos. Y de cómo los mozos echaban al pilón (la Piedra Escrita) a los amigos para gastarles una broma; o como los menos mozos hacían lo mismo con los “municipales” cuando por cualquier razón cundía el descontento hacia esta policía local.
Para Antonio lo mejor del barrio es el vecindario, aunque recuerda una mala época, afortunadamente ya pasada, cuando un reducido grupo de residentes creaba problemas y su negocio sufrió algún atraco o robo. Como otros comerciantes se queja de que el principal problema es el del aparcamiento, señalando que la instalación de la pilona en su calle ha hecho disminuir las ventas.
Antonio nos emplaza a una nueva visita para que su hermana, la encargada de atender al público y hoy circunstancialmente ausente, satisfaga nuestra petición de anécdotas. Le deseamos que para entonces esté acabada la edificación de una casa cercana y sus inconvenientes.